Por Daniela D. Pacilio
Intersticios es un blog creado durante estos tiempos de extrañeza, un tiempo histórico inédito para nuestras vidas y cuerpos. Nació como una forma de encontrar, a modo de madriguera, las entradas y salidas que posibliten el respiradero. En él se reúnen diferentes entrevistas, conferencias, diarios, intercambios epistolares y memorias de diversas personalidades de las manifestaciones del arte -literatura, teatro, cine, danza, artes visuales, etc- y de la filosofía. Debajo de cada texto es posible hallar enlaces a videos que nos derivan y convidan, como una suerte de palimpsesto, hacia otros cruces, miradas, diálogos y lecturas. Este Blog forma parte de la Revista 2020 y de otros espacios de la Biblioteca Virtual.
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2021
Manuel Puig: "Quisiera escribir una telenovela" Entrevista
En octubre de 1981, el periodista y escritor José Pulido entrevistó a Manuel Puig para el diario El Nacional.
"Quisiera escribir una telenovela"
Por José Pulido
—No tengo ropa –dice Manuel Puig con su sonriente nerviosismo habitual y muestra en ese instante una prueba fehaciente de lo que afirma: para el acto de inauguración del Congreso de Escritores se metió la guayabera por dentro y de corbata se puso un pañuelo volátil. Parece disfrutar de esa improvisación. Sonríe con la malicia de quien siempre trama algo inusitado. Sus dientes tienen roturas de anarquía infantil.
Dice que está escribiendo tranquilamente una novela en Brasil, y que pronto la terminará, pero manifiesta que no le interesa revelar el tema. Prefiere contar lo sorprendido que está con el buen recibimiento que ha tenido en España y Brasil su novela El beso de la mujer araña.
—¿Sabes que dos peruanos montaron una versión pirata sin mi permiso ni mi revisión, aquí en Caracas? —comenta Puig. “Fue un asunto muy desagradable”, dice. Luego añade que le gustaría que se conociera en Venezuela su adaptación teatral.
—El espacio narrativo es más reducido: tienes que desechar material. No es muy agradable, pero finalmente se me ocurrió una estructura narrativa para teatro, diferente a la de la novela. Es una amistad que se establece entre dos personajes con problemas de comunicación. Uno de ellos cuenta seis filmes al otro y en la adaptación al teatro dejé la narración de un solo filme... el error hubiera sido querer abarcar los seis filmes —explica como quien habla de cotidianidades: está muy compenetrado con el oficio de escribir.
Un fotógrafo se acerca casi de puntillas, como buscando sorprenderle un gesto y Puig se da cuenta, pero se limita a quedarse en silencio un instante, mientras observa una fuente moderna, donde el agua rueda infinitamente, sin belleza. Manuel Puig desborda un tic que parece originarse en la nostalgia de sus años infantiles: se ve claramente en su rostro que de buena gana se lanzaría en esa fuente a darse un baño. El fotógrafo toma la gráfica y es probable que en la foto aparezcan los ojos de Manuel Puig zambulléndose en el agua. El escritor sonríe y sus dientes son como una hilera de piedras de dominó cayéndose.
—¿No ha pensado llevar esa obra a la televisión?
—Creo que el escritor puede acercarse al público a través de ese medio y que debe apoyar la difusión de sus novelas a través de él. Escribir para la televisión es otra historia. A mí me gustaría mucho hacerlo ¿sabes?, pero conciliar el lado comercial con lo literario no es fácil. Hacer una telenovela que no fuera de esas, interminables, sería muy interesante para mí... haría una de veinte capítulos.
Puig señala que cuando se adaptó al cine su obra Boquitas pintadas y se presentó la necesidad de resumir, "el vehículo ideal no era el cine sino una serie de televisión".
A cada rato se le acerca una mujer distinta, de cualquier edad, con maquillaje o sin maquillaje y Puig las atiende con interés. Encuentra una golosina especial en estas conversaciones.
—¿Es usted un escritor feminista?
—Sí, claro. Yo estoy convencido de que la escuela de la explotación es aquella pareja enfermiza mujer débil, hombre fuerte. Creo que el movimiento feminista es altamente positivo, sobre todo para el hombre, porque le va a permitir compartir más los problemas con su pareja y le quitará aquella máscara de macho seguro de sí mismo. Yo recuerdo que en los años 40 se llegaba a afirmar que no había placer sexual sin una sensación de dominación: la mujer sólo lograba goce sexual si se sentía dominada por su pareja... ese era el mito, y se daba por sentado que era una ley de la naturaleza. Es un perfecto disparate.
Sobre sus inicios como novelista, respecto a la verdadera historia de esos comienzos, Puig cuenta que siempre sintió la necesidad de narrar.
—Desde niño miraba muchas películas y pensé hacer cine. Cuando pretendí expresarme, me di cuenta de que no me alcanzaba el espacio que hay en hora y media de una película. Mis temas se adecúan más a un tratamiento novelístico que proporcione espacio para escribir con detallismo. Sin darme cuenta pasé del cine a la literatura: un guión se volvió novela.
Para leer la entrevista completa y acceder a los videos, cliquear sobre este enlace:
ENLACE: ENTREVISTA DE JOAQUÍN SOLER SERRANO A MANUEL PUIG, 30 DE OCTUBRE DE 1977. (EDICIÓN COMPLETA Y RESTAURADA)
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2020
CLARICE LISPECTOR: LA ÚLTIMA ENTREVISTA
Aquí, un fragmento de la última entrevista realizada a Clarice Lispector y el link para leerla en forma completa y acceder a los videos: Intersticios
En enero de 1977, ya enferma,
Clarice Lispector concurre a una emisora de la televisión de San Pablo para
participar en un programa de debates de la TV Cultura. Después del programa,
que fue emitido al aire en directo, Walter George Drust le propone ser entrevistada
por Julio Lerner, periodista y editor de “Panorama”. Fue la última entrevista a
Clarice y una de las pocas que concedió en su vida. La escritora falleció pocos
meses después.
Julio Lerner: Clarice Lispector,
¿de dónde viene ese “Lispector”?
Clarice Lispector: Es un apellido latino, ¿no es cierto? Yo le
pregunté a mi padre desde cuándo había Lispector en Ucrania. Él me dijo que
desde generaciones y generaciones atrás. Supongo que ese apellido fue rodando,
rodando, perdiendo algunas sílabas y formando otra cosa que parece… “lis” y “peito”
en latín… Es un apellido del que, cuando escribí mi primer libro, Sergio
Milliet (yo era entonces completamente desconocida, por supuesto) dijo: “Esa
escritora de apellido desagradable, ciertamente un seudónimo…” No lo era, era
mi verdadero apellido.
J.L.: ¿Usted llegó a conocer a
Sergio Milliet personalmente?
C.L.: Nunca. Porque yo publiqué
mi primer libro y me fui del Brasil para viajar, porque me casé con un
diplomático brasileño, de modo que no conocí a quienes escribieron sobre mí.
J.L.: Clarice, ¿qué hacía
profesionalmente su padre?
C.L.: -Representaciones de
firmas, cosas así. Cuando él de verdad daba para cosas del espíritu.
J.L.: ¿Hay alguien en la familia
Lispector que haya llegado a escribir alguna cosa?
C.L.: Yo me enteré últimamente,
para mi gran sorpresa, de que mi madre escribía. Yo tengo una hermana. Elisa
Lispector, que escribe novelas. Y tengo otra hermana, llamada Tania Kaufman,
que escribe libros técnicos.
J.L.: ¿Usted llegó a leer las
cosas que su madre escribió?
-C.L.: No, yo sólo lo supe hace
unos pocos meses.
J.L.: Pero no tenía condiciones de…
C.L.: No. Lo que supe a través de
una tía. “¿Sabes que tu madre hacía un diario y escribía poesías?” Yo me quedé
estúpida…
J.L.: En las raras entrevistas que usted ha
concedido surge, casi necesariamente, la pregunta de cómo comenzó a escribir y
cuándo.
C.L.: Antes de los siete años ya
fabulaba, ya inventaba historias. Por ejemplo, inventé una historia que no
acababa nunca. Es muy complicada de explicar esa historia. Cuando comencé a
leer, comencé también a escribir. Pequeñas historias.
Para leer la entrevista completa y acceder a los videos, cliquear sobre este enlace: Intersticios
JUANA BIGNOZZI DIALOGA CON JUAN L. ORTIZ
Aquí, un fragmento del diálogo entre Juana Bignozzi y Juan L. Ortiz:
Juan L. Ortiz, ahora vive frente al Paraná, con esas boquillas y esa letra increíbles, con sus gatos, sus mates, y una agobiante cantidad de libros, papeles, revistas que no conocerán sino su orden personal. Este hombre que da la vuelta completa a los temas desde explicar cómo se introdujo el budismo en China hasta hablar del poema de Andrade a López Jordán pasando por Poésie vivante, la cuarta dimensión, los problemas concretos de la política actual, prolonga en esta ciudad su amor a los ríos y a la luz entrerriana, al Villaguay de la infancia, al Gualeguay de tantos años.
En sus 72 años los hechos concretos no son numerosos. Su vida, como toda su obra poética, es una permanencia, una reafirmación, el alimentar la supervivencia de ciertas sensaciones. Podemos decir que si leemos algunos poemas ya sabemos su obra, lo que puede impulsarnos a seguir es saber cómo ha hecho este poeta para mantener en pie durante 60 años todo ese aire, esa luz, su paisaje, y nunca tan justo un posesivo.
Cuando viene a Buenos Aires, a los 17 años buscando "...lo que se llama un poco de contacto, deseando o anhelando vida literaria, que a la vez me disgustó..." ya habían quedado atrás el Puerto Ruiz natal, el monte, las reuniones de la tarde con los amigos de su padre, Emiliano Carullas, Daniel Elías, el doctor Yarcho de la colonia judía, el descubrimiento en la biblioteca de Villaguay de Dostoievski, Tolstoi, Turgueniev, Samain, y "...el testimonio vivo de la historia en la voz de los actores, sobrevivientes de Caseros, de la guerra del Paraguay, muchos fugitivos de la Banda Oriental cuando el movimiento de Aparicio Saravia..." Ya había pasado la pueblada radical del 12, por la que Ortiz abandona la escuela, se hace orador, escribe en el diario de los radicales "...esa participación del pueblo, ese descubrimiento antioligárquico me interesó muchísimo..," Aquí fueron las largas caminatas desde el conventillo de Villa Crespo, o desde Sarandí, donde vivía con la tía, hasta las bibliotecas, las reuniones con los escritores anarquistas corno Ghiraldo, González Pacheco, la tertulia de Ugarte en su casa de la calle Rincón a la que a pesar del recibimiento, fue una sola vez porque ".. .tuve la impresión de que había gente muy inteligente, muy brillante, muy ingeniosa, pero que leía poco...", las clases en la facultad y en el Colegio Internacional de Olivos, sí, "...fueron tres años muy vividos, una bohemia hambreada, caminada..." y la vuelta porque estaba cansado, sentía deseos de ver el pago. Tenía necesidad de paisaje, "...mi madre me mandó buscar, bueno pensé, después me voy a París o por ahí..." Es en 1916 y Ortiz ya vivirá en Gualeguay "...los caudillos radicales me tenían preparado un puesto, yo acepté con la condición de viajar todos los meses a Buenos Aires y gastarme todo lo que ganara en libros..." hasta 1942 en que se traslada a Paraná. Recién conocerá París en 1957, de paso.
Cuando vuelve "al pago" ya se estructura el esquema de su vida, la actividad política, "...fuimos de los primeros anarquistas que adherimos a la Revolución Rusa. Muy jóvenes habíamos formado el grupo de Amigos de la Revolución Soviética...", la devoción por la lectura, su poesía interrumpida.
Ortiz no va a estar del todo contento con las respuestas que reproduzco aquí. Le faltarán ese aire de relatividad que tanto insiste en señalar, le sonarán demasiado rotundas, sentirá que está haciendo lo que siempre temió: determinar sin opciones.
No hice preguntas ordenadas -el gusto por la charla de Ortiz lo hubiera impedido-, solamente intenté, a través de esos días, que no se olvidara de ningún tema. La vida de Ortiz no abunda en la anécdota; el movimiento o la acumulación de hechos, si a eso unimos su condición de poeta donde por supuesto se repiten esas ausencias, esta charla tenía que ser lo que fue: un ahondamiento en algunas motivaciones, una profundización de una teoría poética, una insistencia sobre ese paisaje entrerriano, sus lomas, sus aguas, esos caminos que Ortiz ha contado para siempre.
Además es de los que prefieren hablar sólo de aquellas cosas a las que puede adherir.
Cuando uno se llama Juan L. Ortiz la acechanza es el mito. No sé si esta charla servirá para limitar los alcances del mito y del poeta, pero sí sirve para establecer la obstinada existencia de este último.
Su vida es la de un poeta argentino del siglo veinte: un testimonio, seguro una acusación, sin duda un arquetipo.
Aquí quedan las palabras de un Ortiz comprometido con la poesía "...si no se identifica con la vida, no es poesía...", con la revolución, con una certeza de futuro inconmovible.
-Después de Buenos Aires, la vida literaria y esa bohemia que no le interesó, -usted vuelve a la provincia y a pesar de sus proyectos de viaje se instala como empleado y vive en Entre Ríos el resto de su vida. En ese momento en que a pesar suyo arma el esquema en que se moverá su vida, ¿cómo es, qué hace, qué lee?
-En ese momento me interesaba en los autores todo lo que me afirmara en el sentido del paisaje. Esa era para mí la piedra de toque en un poeta: el paisaje. En el ambiente de provincia al tener que sufrir me sentí... no diría marginado, pero sí atraído por la necesidad de una compensación, de un comercio con gente que me liberaba de ciertos momentos de depresión. A esa edad, los 18 o los 20 años, era tremendamente sensitivo, todo me dolía. Hasta el aire lo sentía como una herida. Después el amor me volvió a vincular, a reintegrar a un mundo, porque la pareja es otra dimensión. Es de adolescentes vivir en ese estado de perpetua exaltación o de grieta, cosa completamente absurda. Los momentos justamente se producen gracias a cierta neutralidad. No digo que en un afecto haya neutralidad sino que son otros modos de relación. Si no interviene cierta inteligencia comprensiva y amorosa ninguna relación puede durar lo más mínimo.
-Antes de eso habían sido los enamoramientos sin consecuencias... de esa época aún me acuerdo de este poema:
".. .ha amanecido el gris la pobre almita frágil de los sueños desde la brusca claridad huía a su sombra más honda, se asoma ahora a su balcón y en la baja luz de ceniza prosigue su sutil labor...", no sé por qué me acuerdo. Se parecía a Rilke y eso que yo era anarquista y difundía La Protesta y conocía las embestidas de la policía. Por supuesto seguía leyendo mucho. Entre los libros de actas de la oficina yo tenía mi libro, o bien dibujaba. He leído siempre de noche con Gerarda. O si no me levantaba a la madrugada temprano y leía hasta las siete y media que tenía que ir al trabajo. Todo me interesaba pero siempre... siempre... para no caer en el dogmatismo, en una posición cerrada, aun con los grandes, los genios que yo admiraba como Tolstoi y Nietzsche, por ejemplo, los leía juntos. Ya ve usted... la no resistencia y el amor de Tolstoi con el Superhombre que de acuerdo con las interpretaciones de entonces, luego revisadas, era el Anticristo, la dureza en el mejor sentido de la palabra. Los leía juntos. O bien un escritor tremendamente reaccionario como este Carlos Reyles que tiene un libro, "La muerte del cisne", que es una crítica a todas las teorías revolucionarias, desde el liberalismo al anarquismo. Lo leía a él y a Maeterlinck al que Reyles combate llamándolo "el filósofo de lo inefable". Yo temía caer en cierta devoción cerrada o idolatría de Maeterlinck porque me gustaba enormemente, y entonces leía todo lo que se oponía a su concepción filosófica, a su sentido de la vida y de la muerte.
—Después de los grandes descubrimientos, ¿cuáles son sus otros hallazgos?
-Voroncka y los rumanos. Aunque me gustaban también mucho algunos italianos como Aldo Capazzo y Pascoli. Ahora... del surrealismo... me gustaba mucho Bretón, después Eluard que me gustaba más que Aragón y el otro, este árabe que tiene un libro antológico... Schehadé. También Char, el de Char es un paisaje que yo siento mucho porque nació en una isla. El surrealismo me interesó desde el principio. Yo tenía esa revista con títulos fosforescentes. Se arrimaba un fósforo y se leía Le surrealisme au service de la revolution.
La poesía española para mí era bastante, bastante... pesada, pero Jiménez me ligaba a esa poesía que yo admiraba en los españoles, la de las coplas populares y la de Bécquer, también la de Machado.
Además he seguido a otros poetas desde las primeras cosas como Eliot, Ezra Pound.
Pero yo siempre vuelvo a los belgas. Me acuerdo de un soneto de Banchs:
".. .vuelve la vagabunda luna al cielo
vuelve a la rama la temprana flor…”
Ah, y no puedo olvidarme: Rilke y Supervielle, a los que también siempre vuelvo. Ahora he visto por Lettres Françaises que están reeditando a los belgas. Parece mentira que siendo Bélgica casi una provincia francesa recién ahora los estén reflotando. Se traducía a un árabe, a un hindú, a un africano y se seguía en la misma ignorancia con respecto a los belgas. Incluso a los más grandes, por ejemplo a Maeterlinck... En una época de mi formación fue el escritor, el poeta, el filósofo (no hablo del ensayista porque entiendo que es una mala palabra) que me dio más horizontes ya que venía un poco de los románticos alemanes, de Novalis y de ciertas corrientes orientales. Él, con su sensibilidad de escritor, de filósofo, de poeta, le había dado a la poesía lo que entonces se llamó un frisson nouveau. Una poesía despojada que sólo se remitía a lo que traspasa las palabras, al famoso silencio del que él habló tanto haciéndolo quizá como nadie lo había hecho hasta entonces.
Ahora, después yo he descubierto que lo que hizo Maeterlinck y que se tomó como absolutamente nuevo (y lo fue evidentemente para la mentalidad europea) ya está en las canciones anónimas de los chinos, en el libro de la poesía recopilado por Confucio. Maeterlinck como poeta me interesa por el sentido del misterio, como escritor por estar abierto a su época, a las corrientes más activas del pensamiento que en ese momento era el anarquismo. Tiene un ensayo sobre la justicia donde dice que la justicia recién se realizará con la desaparición del Estado. Estuvo en su momento histórico y todo eso a mí me interesaba enormemente.
Para continuar leyendo este diálogo: Intersticios
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ALEJANDRA PIZARNIK ENTREVISTA A ROBERTO JUARROZ
Alejandra Pizarnik: A usted, Roberto Juarroz, corresponde decidir acerca de la probable o improbable validez de un diálogo sobre la poesía, que consista en preguntas (lleven o no los signos convencionales de interrogación) y en respuesta.
Roberto Juarroz: Creo que un diálogo sobre la poesía debería estar hecho de preguntas y presencias, no de preguntas y respuestas. La poesía es pregunta y llamado. Tal vez sería preciso inventar un diálogo de preguntas, o por lo menos un diálogo de llamados y presencias. Pero ¿cómo encarnar un diálogo de esta índole? De la misma forma en que se puede encarnar lo poético. Así, podríamos también sospechar, acaso, que el hombre, en general, más que hacer preguntas, en última instancia formula llamados, llama a alguien o a algo. Un diálogo de esta clase se encarnaría, entonces, localizando o sintonizando algunos núcleos donde sea posible concentrarse y entusiasmarse.
Je suis habité; je parle a qui-je
fus me parlent (…)
On n’est seul dans sa peau
Para leer la entrevista completa: Intersticios
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"EN EL FINAL ERA EL VERBO" ENTREVISTA REALIZADA POR GONZALO MÁRQUEZ CRISTO A OLGA OROZCO
Fueron múltiples las cartas y las llamadas que me acercaron a su peligroso dominio y hoy, a veinte años de la entrevista que realizáramos en agosto de 1990 para el número 3 de Común Presencia —donde publicaríamos una extensa selección de sus poemas inéditos—, me parece pertinente transcribir un fragmento de la misiva que antecedía las respuestas a aquella inquisición interior, con el propósito de fijar un retrato más conmovedor de esta poeta magnífica, cuya obra se ha convertido ya para el lector hispanoamericano en legendaria. A continuación su llamativo preámbulo:
«Entre mi intención de responder la entrevista y el papel pasaron enfermedades, crisis profundas, descorazonamientos, invasiones de hormigas, adioses imposibles y hasta inundaciones. Después también está el cuestionario que se las trae. ¿Te parece que son preguntas naturales, y sobre todo crees que son cosas que pueden interesar a alguien? Ay Gonzalo, Gonzalo, te he contestado como he podido, y si no te gusta rompe los papeles y cúbrete de ceniza. Suprimí una pregunta, porque no me gusta andar todavía por el mundo de la mano de Enrique Molina y de Alejandra Pizarnik. Para perderme en el bosque me basto sola, cantando o llorando, pero sola. El tiempo se me gasta en asistencias, en urgencias y en responsabilidades. Me queda un poco para desvelarme o para esconderme detrás de la puerta. Paciencia y barajar, como decía el gran clásico» (...) Buenos Aires, 20 de agosto de 1990.
La versión original de la entrevista aparece a continuación complementada con apreciaciones hasta ahora inéditas extraídas de la correspondencia donde es imperativa su voz atormentada y fecunda. Aquí, la hueste de escorpiones de un pensamiento en el fragor de su intemperie existencial:
—¿Quisiera conducirnos hasta los orígenes de su poética?
—Empecé a escribir cuando sólo sabía hablar, jugando con las palabras, relacionándolas por sus sonidos y sus posibles significados, sin duda a través de impotencias, exaltaciones y asombros. Yo era una niñita tímida, reconcentrada y temerosa, acosada por misterios insolubles como lobos; y ahora comprendo que nombrar el mundo a mi manera equivalía a poseerlo, o a descubrir en mi expresión un «tú» permeable y comunicativo que me ayudaba a abordar lo extraño, lo ajeno. Era como establecer un diálogo íntimo y revelador con los fulgores, con los enigmas y hasta con las acechanzas.
—¿Cómo se ha ido transmutando su palabra? ¿Cuál es el matiz más reconocible de aquella búsqueda del centro que siempre se escabulle, como parece ser la creación poética?
—Cuando pude trasladar mi juego al papel, se fue convirtiendo poco a poco en una apremiante tentativa de intercambio con lo inasible, cada vez más exigente, más rigurosa y más insatisfactoria. Puedo decir que siempre choqué con la zona vedada, la zona intransitable para el razonamiento o la explicación suficiente. Esta zona estaba en todas partes, dentro y fuera de mí, fuera y dentro de las cosas. Creo que supe desde muy temprano que la forma no era el límite, que había prolongaciones invisibles que iban desde el revés de la forma hasta mucho más allá de eso que llamamos esta realidad. Y me dediqué a interrogar las sucesivas realidades que hay detrás y que la incluyen, naturalmente, y siempre recibí como respuesta otra interrogación. Por otra parte, creo que eso es la poesía en sí: una permanente interrogación que lleva un poco más allá. En cuanto a la alquimia realizada a través de los años, si bien es evidente que el lenguaje se ha ampliado y que el estado de alerta frente a cada paso del proceso creador se ha ido exacerbando, mis intentos de aproximación a lo indecible se dirigen a los mismos centros. Dije más de una vez que es como arrojar la misma piedra a las mismas aguas: tal vez haya una diferencia en la onda que se produce, un mayor o menor acercamiento al punto exacto, pero la piedra, bajo distintas luces y apariencias, no es otra, y el agua es invariable.
—¿El asalto continuo de la realidad cómo transforma su poesía?
—Supongo que la realidad que menciona es esta —inmediata, limitada y densa— a la que podemos acceder con los sentidos y que tal vez sea un reflejo, como el de la caverna platónica. Y no es que la desdeñe. La amo, me seduce y me arrebata; le tengo el mismo apego irrenunciable que a mi propio cuerpo. Pero sospecho que me impide ver, que es bastante impermeable, que representa además la contingencia, la ruptura, el accidente, la fragmentación, el desmigajamiento de la eternidad en el tiempo. Es la pared que separa lo que estuvo unido. Y eso es notable también en mi poesía: un muro contra el cual golpeo permanentemente, tratando de trascenderlo, de descubrir alguna puerta, alguna fisura que me permita atisbar el otro lado.
—¿Podríamos decir que su voz, producto de un continente vulnerado, busca además el encuentro de los remotos caminos donde extraviamos nuestro aliento fundador?
—Pertenezco a un continente que me deslumbra y que pretendo me acompañe donde quiera que vaya. Lo demás, más que una pretensión es una especie de sed. Tengo el sentimiento y la nostalgia de la unidad perdida, llámese paraíso, llámese Edad de Oro, llámese el Uno Absoluto. Creo que desde allí el verbo habría continuado descendiendo, a través de la palabra, hacia la creación objetiva. Todos los mitos indican que se crea nombrando, que hay una especie de progenitura de la palabra unida a la creación, como si palabra y cosa constituyeran una identidad. Cuando escribo un poema, creo con imágenes verbales suscitadas por esas mismas cosas, produciendo encadenamientos que me remiten cada vez más lejos, como si estuviera remontándome hacia la primera palabra y la unidad primordial. Naturalmente no llego jamás a las sílabas que podrían convertirse en el verbo sagrado, el cual estaría entonces al principio y al final de la creación. Creo que era en ese sentido que Valéry escribió con respecto a Mallarmé: «Se podía decir que él ubicaba el verbo no al comienzo, sino al final, detrás de toda cosa», como ocurre en mi poema «En el final era el verbo».
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