Bitácora Dodó, por Sofía Luna y Martín Palacio Gamboa

Bitácora Dodó   Por Sofía Luna y Martín Palacio Gamboa

 


"Cuando Sofía Luna diseñó la foto en la que estamos tanto los que participamos del proyecto como los autores que hemos reseñado, saltó a la vista un detalle: la diversidad. Diversidad de nacionalidades, de lineamientos estéticos, de registros idiomáticos, diversidad generacional. Hay allí una conciencia de pensar en clave colectiva, de integrar un proyecto colectivo, sin que eso signifique el desdibujamiento de las individualidades. Militancia. El Dodó es un bicho militante, genera un espacio en donde se busca organizar las palabras, las prácticas y las pasiones de tal modo que se modifiquen las instituciones que ya se ejercen. Organizar de otra manera la experiencia es producir otras experiencias. Como diría el viejo Deleuze, “la política es un problema de composición”. De allí nuestra invitación a componer textos que inauguren otras formas de mirar lo que ya hubo, lo que está habiendo o lo que está por haber. No es necesario tener algún título que acredite algún saber específico sobre literatura, música, historia, filosofía. No es necesario que se tenga cierta experiencia a la hora de abordar por escrito el análisis de autores, obras o ideas. Basta que se esté dispuesto a hacerlo. Porque el Dodó no es solamente de todos: somos todos."

Bitácora Dodó 

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¿Qué hacer cuando lo más concreto del día a día se vuelve instancia de pequeños ritos? Quizá fundir el caos y el cosmos, fundar el caosmos del que hablaba Joyce, eso que hace que el mundo se exponga como algo abigarrado, heterogéneo, como “polifonía de polifonías”. En ese juego que Paula Novoa convoca en su trazo depurado, pero de gran densidad, hay un exceso de vida que hace que el pensamiento experimente una distorsión de los sentidos, una discordancia que lo fuerza a pensar y romper con la necro-retórica de una pandemia que hizo metástasis en nuestra relación con los otros ylas cosas. Su apuesta, entonces, es el conjuro, un acto de taumaturgia por donde la memoria y los gestos simbólicos que la acompañan detienen el transcurso del tiempo y revierte lo inexorable. Sobre este punto, Alejandro Mendez Casariego es quién nos ofrece su lúcida mirada sobre un libro que sólo engañosamente puede calificarse como minimalista.

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